lunes, 18 de septiembre de 2017

La luz




Siempre que pasaba delante del Castillo observaba aquella ventana. Fuera día o noche una vela la iluminaba, algún día me paraba a mirarla y me dejaba llevar por sus ondulaciones, por su latencia.

Cada día esperaba con más anhelo terminar de trabajar en aquellas tierras de mi señor para pasar por allí.

Una tarde de febrero vi una figura al lado de la luz, desde la distancia no acerté a saber quién era aquella persona que estaba cerca de mi luz. Unos instantes después desapareció. Estuve un buen rato esperando debajo pero al ver cerrar las puertas de la fortaleza eche a correr.

Cuando llegue a casa mi madre me preguntó dónde había estado, le explique mi descubrimiento pero sólo acertó a darme un bofetón, yo aquí esperando para que me ayudes y tu perdiendo el tiempo, me gritó. No lo hagas más, me has oído... me amenazó.

Al día siguiente intente pasar sin mirar pero no pude, me atraía demasiado aquella luz. Poco a poco mi imaginación voló al lado de aquella figura. Vi una bella princesa de piel clara, con unos ojos profundos y a la vez vacíos, imagine su sonrisa pero no pude verla.
¿Qué hacía una bella joven en aquella habitación situada en una de las últimas almenas del Castillo, estaría presa de un amor imposible o bien apartada del mundo por un terrible caballero?  

Muchas más opciones se me ocurrieron, pero todas pasaron por un amor imposible, divinos dieciséis años que tenía yo entonces. Durante meses mis ojos se desviaron intentando encontrar otra vez aquella figura que no volví a ver nunca.

Conforme me fui haciendo mayor empecé a dejar de pensar en aquella luz y mi mente fluía detrás de las muchachas que encontraba en las aceras, aquel niño de entonces se hizo mayor a pasos forzados, que remedio…

Un día al volver a casa tropecé con una piedra y fui a caer a los pies de un soldado. Al principio sonrió pero enseguida me ayudó a ponerme en pie. Me habló y me trató con cariño y amabilidad.

Debí de caerle bien porque al día siguiente me estaba esperando en ese mismo lugar, me llamó y me acerco a la puerta de una posada. Me la voy a jugar contigo, me dijo mirándome a los ojos. Te voy a recomendar para servir en el Castillo, espero que no me defraudes, me dijo.

Para una persona en mi situación aquel ofrecimiento me pareció fantástico, yo, que no había hecho más que trabajar en el campo, que no sabía ni leer ni escribir...
Poco a poco aquella persona se ocupó de mí, en los ratos libres me enseñó todo lo que él creía que debía de saber un joven de mi edad y unos pocos años más tarde me puso de soldado a su servicio.

Yo veía que todo el mundo lo respetaba y admiraba y poco a poco comencé a preguntarme quién era aquella persona que me estaba protegiendo. Una tarde que estábamos solos en uno de los salones del Castillo le pregunté. Él se mostró sorprendido ¿no sabes quién soy? Me dijo. Soy el Conde de Valois y soltó una enorme carcajada. ¿Y porque un noble como vos se ha fijado en mí? Le pregunté. Me miró con ojos de sorpresa y me dijo: Hace años perdí a un hijo de tu edad, desde entonces me ocupe de que una vela lo recordará siempre en lo alto de una de mis almenas.

En varias ocasiones observe que te fijabas en esa luz y aquel día que caíste ante mí no lo dude…


Tu serias ese hijo que una maldita enfermedad me arrebato.






lunes, 11 de septiembre de 2017

Nuestras vidas


Me pasaba el día corriendo de un lado para otro sin apenas tiempo para nada.

Me daba mucha pena no poder disfrutar más de mis hijos, pero como decía el mayor," mamá esto es lo que hay". Y no le daba más vueltas, tenía razón. Mi profesión era muy esclava y me ocupaba casi todo el día, y encima tenía la desgracia de marcharme casi siempre con los problemas a casa.

Trabajamos en el mismo hospital. Los dos somos médicos pero la verdad es que casi ni nos vemos. Estamos en diferentes plantas y no solemos coincidir ya que él la mayor parte de los días tiene quirófano y yo estoy en consultas externas.
Nuestras vidas han sido siempre muy ajetreadas y no hemos tenido tiempo para nada.

Quizás por eso pasó todo tan desapercibido. Siempre creí que mi vida era completa. Tenía un marido al que amaba y él a mí... Unos hijos llenos de salud y eso para mí era más que suficiente.

Un día llegué al hospital como siempre y fui a cambiarme. En mi taquilla había un papel que solo ponía "10:00, habitación 580, Hotel NH" Miré el papel varias veces sin entender que pasaba en ese hotel, pero pronto me asaltaron las dudas.

¿Era una advertencia o una cita? ¿Y si en él encontraba a mi marido con otra mujer? Eso fue lo primero que me vino a la cabeza, para que engañarnos, en un hotel no puede pasar otra cosa más que eso. El corazón se me aceleraba y estaba al borde de una crisis de angustia cuándo salí corriendo del hospital. Decidí ir allí y comprobarlo.

Cada vez estaba más convencida que era una advertencia, comencé a imaginar quién podría ser la otra, Ana su compañera, que estaba siempre con él...pero nuestra amiga Alicia era una mujer muy atractiva. No paraba de darle vueltas a todo.

Cogí el coche pensando en mis hijos. Lloraba calladamente y pensaba en los años que llevábamos casados y todo lo que habíamos construido juntos. Una bonita familia. ¿Cómo se lo iba a decir a los niños?

Cuando llegué al hotel, mi corazón estaba desbocado y las lágrimas corrían por mis mejillas. Subí en el ascensor y pensé en dar la vuelta y hacer como si nada. Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero necesitaba saber quién era la otra y porque habíamos llegado a esto.

Llamé a la puerta y desde dentro escuché la voz de Félix. Creí desmayarme. 

Cuándo abrió la puerta sonriente pensé que no esperaba que fuera yo, y esa sonrisa de idiota no se le iba de la cara. Lo empujé y comencé a buscar por todas partes, mientras Félix sonreía y me decía "¿Acabaste?". Entré en el baño, miré debajo de la cama, detrás del sillón. Y lo peor es que él sonreía con esa cara de idiota.

Pausadamente se sentó en la cama y comenzó a hablarme. Así no podemos seguirme dijo sonriendo. Yo no sabía que pensar y lo peor de todo es que me sentía una mezcla entre atrapada y avergonzada.

El se dirigió hacia una mesa que había con una botella de cava y dos copas. 

Pensé que jamás habíamos estado juntos en una habitación igual que esa. Agaché la cabeza y lloré. Se sentó a mi lado y comenzó a hablar. Así no podíamos seguir, este ritmo de vida nos estaba haciendo perder lo mejor que teníamos, nuestra familia. No teníamos tiempo para disfrutar de nuestros hijos. 

Yo lo miraba sin saber qué decir.

Esa habitación era para nosotros, él había dejado la nota y yo me sentí avergonzada de haber desconfiado de él. Me propuso abandonar nuestros trabajos y marcharnos con los niños. Había cientos de sitios donde nuestra profesión sería quizás más necesaria que aquí.

Lo miré y lloré y le  dije que sí, nos besamos y abrazamos. Casi no me acordaba de lo que lo quería, era una joya. En medio de tanta emoción y se abrió la puerta de la habitación, era Ana, la compañera de Alberto que acudía a la cita…